La seducción del caos.


¿Dónde reside el poder hipnótico del caos? ¿Ese que nos atrae, nos habla al oído con silbido destructivo y nos reduce a voluntad? ¿Ese que nos posee de imprevisto, nos enajena, nos envuelve en ese torbellino descendente donde la única regla válida es la anarquía total, el descontrol? ¿Ese que nos hace amar la destrucción, las ruinas, la inexistencia, la falta de cualquier cosa coherente, de sentido?

¡Hay bendita entropía que nos arrastra hacia la incertidumbre, hacia lo desconocido, hacia lo peculiar, diferente, y en ello, a lo auténtico!

Por un lado se encuentra la curiosidad. El deseo inexorable de huir de la monotonía, de las reglas, de lo establecido. ¿Acaso no es esto lo que nos mantiene en movimiento? ¿Lo que garantiza nuestra supervivencia?

Por otro lado lado se puede ver claramente que nuestra rendición hacia lo que ya no tiene arreglo, hacia aquello cuyo estado no puede ser revertido, es  producto de nuestro reconocimiento de que en el fondo todos estamos de la misma forma, dañados, sin esperanza. Lo cual me permite entender que  pasamos nuestra vida jugando a estar completos, felices y conformes, dejándonos solo la opción de admirar en secreto a  aquellos que logran sacar a la superficie lo que se encuentra latente en nuestras superficies más escondidas, privado de la posibilidad de conocer el exterior.

¿A qué te han dado ganas de soltar el volante? ¿A que lo impredecible es divertido? ¿A que intentar tener todo bajo control resulta una tarea exhaustiva?  ¿A qué te mueres de ganas por dejar de pensar en lo que la sociedad espera de ti?  ¿A qué has deseado detener el tiempo y gritar a los cuatro vientos: ¡AL CARAJO TODO!?

Ya ríndete, déjate seducir por el caos.

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